Comentario
Capítulo segundo
Del agüero indiferente que tomavan de oír cantar a un ave que llaman oacton, y de lo que hazían los mercaderes que ivan camino en este caso
El segundo agüero que tenían era cuando oían cantar o charrear a un ave que llaman oactli o oacton. Este agüero era indiferente, que a las vezes prenunciava bien, y a las vezes mal. Teníanle por bueno cuando cantava como quien ríe, porque entonce parecía que dezía "¡yeccan, yeccan!", que quiere dezir "¡buen tiempo, buen tiempo!". Cuando de esta manera cantava no tenían sospecha que vendría algún mal, antes se holgavan de oírle, porque tenían que alguna buena dicha les havía de suceder. Pero cuando oían a esta ave que cantava o charreava como quien ríe, con gran risa y con alta voz, y que su risa salía de lo íntimo del pecho, como quien tiene gran gozo y gran regozijo, entonce enmudecíanse y desmayavan; ninguno hablava al otro, todos ivan callando y cabizbajos, porque entendían que algún mal les havía de venir, o que alguno de ellos havía de morir en breve, o que havía de enfermar alguno de ellos, o que les havían de captivar aquéllos a cuyas tierras ivan. Esto por la mayor parte acontecía en algunos valles profundos o en algunos grandes arroyos o en algunas grandes montañas o en algunos grandes páramos. Si los caminantes que esto oían eran mercaderes o tratantes, dezían entre sí: "Algún mal nos ha de ver; alguna avenida de algún río o creciente nos ha de llevar a nosotros o a nuestras cargas; o havemos de caer en manos de algunos ladrones que nos han de robar o saltear; o por ventura alguno de nosotros ha de enfermar y le hemos de dexar desamparado; o por ventura nos han de comer bestias fieras; o por ventura nos han de atajar alguna guerra para que no podamos passar".
Cuando platicavan estas cosas entre sí, aquel que era principal entre ellos començava a esforçar y consolar a los otros menores, y dezíalos de esta manera, yendo andando: "Hijos míos y hemanos míos, no conviene que nadie de vosotros se entristezca ni desmaye por el agüero que havéis oído, que ya teníamos entendido cuando partimos de nuestras casas y de nuestros parientes que veníamos ofrecernos a la muerte, y sus lágrimas y sus lloros que nuestra presencia derramada bien las vimos, porque se acordaron y nos dieron a entender que por ventura en algún despoblado o en alguna montaña o en alguna barranca havían de quedar nuestros huesos, y sembrarse nuestros cabellos, y derramarse nuestra sangre; y esto nos ha venido. No conviene que nadie se haga de pequeño coraçón como si fuesse muger temerosa y flaca. Aparejaos como varones para morir; orad a nuestro señor dios; no curéis de pensar en nada de esto, porque en breve sabremos por experiencia lo que nos ha de acontescer al tiempo que viéremos si algún mal nos ha de acontescer. Entonce lloraremos todos. Porque ésta es la gloria y fama que hemos de dar y dexar a nuestros mayores y señores los mercaderes nobles y de grande estima de donde decendemos. Porque no somos nosotros los primeros ni los postreros a quien estas cosas han acontecido, que muchos antes que nosotros y muchos después de nosotros les acontecerán semejantes casos. Y por esto esforçaos como valientes hombres, hijos míos".
Y donde quiera que llegavan a dormir aquel día, ora fuesse debaxo de algún árbol, o debaxo de alguna lapa, o en alguna cueva, luego juntavan todos sus bordones o cañas de camino que llevavan y los atavan todos juntos en una gavilla; entonce dezían que aquellos topiles, así todos atados juntos, eran la imagen de su dios Yicatecutli, que es el de los mercaderes y tratantes. Y luego delante de aquel manojo de topiles o báculos con gran humildad y reverencia se cortavan las orejas, derramando sangre, y se agujeravan la lengua, passando por ella mimbres, las cuales ensangrentadas las ofrecían a la gavilla de aquellos báculos que estavan todos atados. Y todos ellos proponían de rescebir en paciencia, por honra de su dios, cualquiera cosa que les aconteciesse. De allí adelante no curavan de pensar más en que alguna cosa les havía de acontecer adversa por el agüero que havían oído de aquel ave que se llama oactli. Y passando el término de aquel agüero, si ninguna cosa les acontecía, consolávanse y tomavan aliento y esfuerço porque su espanto no vino en efeto. Pero algunos de la compañía que eran medrosos y de poco esfuerço todavía ivan con temor de que alguna cosa les havía de acontecer, y así ni se alegravan ni hablavan ni podían rescebir consolación. Ivan como desmayados y pensativos de que alguna cosa les havía de acontecer; de ende a algún trecho adelante ivan pensando que lo que no les havía acontecido antes cerca de la significación de aquel agüero, que por ventura les acontecería adelante. Ninguno se determinava en lo que podía acontecer, porque, como arriba se dixo, este agüero es indiferente a bien y a mal.